Una vez leí que...
la lectura perjudica seriamente mi ignorancia
...y en eso ando, intentando arrancarla entre lirbos y más libros, perdón por estar tanto tiempo sin escribir, retomaré.
D o n d e q u i e r a
q u e s e a , h a y a l g o q u e l l a m a : mi a t e n c i ó n ! -Los papeles se acaban perdiendo-
18/1/12
29/11/11
El viaje al mar
Por fin, hoy, 14 de octubre de 2011 emprendo el viaje que estaba programado. Me cuesta respirar, he llegado a casa corriendo, cojo la maleta roja, el bocadillo de mortadela y me voy a la estación de autobuses que está en un extremo de la Ciudadela.
“Un billete para Santander, por favor. ¡Ah! Espere, tengo carnet de familia numerosa, tome. Gracias”.
En marcha.Ya puedo relajarme se está cómodo y este tono de azul de la tapicería me gusta. Estoy expectante. ¿Qué le voy a hacer si es el mar el que me espera?
No me lo creo, ya he estoy aquí, en el Sardinero. He bajado las escaleras pronunciadas del paseo que desembocan en la arena. Está húmeda, parece que miles de niños hayan hecho pis esta noche y después lo hayan enterrado. Mi acompañante, y primo, Luis me ha dicho que había caído rocío. Y la primera hora de sol ha secado la primera capa. Ando hasta quedarme a unos pocos metros de la orilla, recuerdo que los dedos del pie jugaban con la arena. Acabo de depositar mi pequeña toalla verde y estoy aquí, sentada frente al mar... azul. Cuando tienes miles de cosas en la cabeza, depositar la mirada en el paisaje es insuficiente, te encuentras como en otra galaxia y no admiras. Me sorprendo cuando observo. Su inmensidad es inmensa, o grandiosa, no se me ocurren otras palabras para definirlo, lo mínimo que puedo contar es que los pelos se erizan. Retomo y pienso que es igual que la belleza, o el amor, ¿cómo se puede explicar eso? Hago el esfuerzo de fijarme, pero resulta complicado cuando la sombra de una gaviota se acerca casi con un cartel de: “Como no te muevas me cagaré en tu cogote”. Es una buena excusa para meterme al mar.
Frío, pinchazos, parecen cristales que pinchan mi piel. No hace falta recordar que estás vivo de esta manera, prefiero recordarlo en esos momentos que se vuelven eternos. Aunque con el tiempo, uno es consciente y te acostumbras al Cantábrico. Como es habitual en esta mar, el agua no está calmada. Ha llegado ese momento que te llena de orgullo cuando consigues el objetivo, pero que te repele antes de dirigirte a él, el grado de 'repelencia' varia según qué circunstancias. Ahora toca luchar contra la corriente, si es que quiero alejarme un poco de la orilla espumosa y que me cubra algo. Me encuentro en el límite entre hacer pie y no, donde las olas intentan atraparme y revolcarme, en vez de agobiarme digo sí, y me las ingenio para pasarmelo bien, aunque después de tantas volteretas uno acaba como un poco mareado. Luis me ha dicho que es fácil hacer volteretas, que se flota menos cuando el agua y el aire se unen.
Ninguna ola es igual, aunque todas parezcan idénticas. Cada una tiene como su propia identidad, como las personas. Poco a poco, la fuerza del oleaje va in crescendo y mi primo y yo hemos decidido coger las tablas. Al principio, imponía el hecho de dar la mano al mar, pactando su desafío, pero una vez cogida la primera ola, una vez que te lanzas, que te atreves, terminas haciéndote y la relación de respeto llega sola, y el miedo se evapora poco a poco hasta que te sientes seguro casi del todo. Algunas veces ganan ellas, otras tú, no son perfectas y tu equilibrio tampoco, pero eso es lo divertido, también cansado, pero a veces se agradece no sólo el estar tumbado en una hamaca a la luz de la luna tomando un dulce margarita, sino que haya un reto, algo que te impida hacer lo que quieres. Las cosas fáciles me suenan tan aburridas.
Después de una hora y media, Luis y yo decidimos salir. Mi primo se ha ido a dar un paseo por la orilla. Yo prefiero sentarme. Esta vez todo se ve de otra manera, después de haberme empapado. Miro al frente y no veo sólo dos tipos de azul separados por un horizonte. Se ve, se es consciente y se siente la vida, si te paras; es que a veces queremos nadar tan rápido... Peces, algas, estrellas enanas de mar, movimiento, fuerza, a veces peligro, diversión, tranquilidad de la brisa, el reflejo del sol que lo hace todo más bonito.
Ahora es más fácil prestar el oído a las olas, cuando he conseguido desprenderme de los pensamientos que embutían mi cabeza, ahora que ya no estoy tan pendiente de luchar contra la fuerza de la corriente, que recuerdo que soy libre para decidir. Decido estar en lo que estoy, aquí, impregnándome de azul. Al romper, el sonido es igual al del agua cayendo en un fregadero lleno de jabón (me recuerda a papá después de una comida de domingo). El sonido parece chocar contra las paredes, como si estuvieran insonorizadas, y un eco casi imperceptible quedase concentrado en tu oído y sintieses ese sonido como tuyo y, a la vez, compartido. Ahora las olas se ven desde otro ángulo. Veo cómo se levantan y cambia el tono de su color. Una de ellas me ha recordado a una hoja de cuchilla reflejada por rayos de luz, esta vez, no por los de la lámpara de la cocina sino por el sol. Llega un momento en el que en la ola emerge una espumilla que la caracteriza, ese es el punto más alto que alcanza la ola, cuando el surfista ha llegado al culmen de la adrenalina, y te da la sensación de que en vez de estar deslizándose por una ola del mar, se estuviese deslizando sobre una pista de nieve blanca, grumosa y saltarina.
La ola siempre quiere dejar huella, no se conforma con realizarse y terminar, deja un halo de espuma un tanto disperso que recuerda al suelo de mármol de un portal, menos mal que la dureza es incomparable, porque, si no, pobres surfistas.
En realidad, contemplar el mar es dejarse enamorar. La limpieza y frescura del mar es como el amigo que te da ejemplo para no fumar, no beber, que te dice que te cuides, aunque sea de manera indirecta. Te incita a la belleza. Incita a querer descubrir todos esos pequeños secretos que la naturaleza no está dispuesta a contarte así de primeras, de la misma manera que no entras a un bar, y aquel señor con boina sentado en una silla alta y leyendo a gusto su periódico, se pone a contarte los entresijos más curiosos que constituyeron la trayectoria de su vida. No, para estas cosas hay que ir por pasos, todo tiene un orden, primero se ha de establecer una relación de confianza, luego de amistad y llegar a la identificación. El buen surfista conoce el mar en el que se adentra.
Cierro los ojos, claro que sí, se puede, aunque pienso que una gaviota puede venir a entregarme su regalo de nuevo. Toco la arena, esa manta de seda beis que brilla según le da la luz, la toco y parecen los granos de azúcar que saltaron por no haber atinado en el yogur. Abro los ojos tras haber llegado a ese especie de estado de Nirvana. Siempre he pensado que el mar también sirve para desconectar, y no sólo jodiéndote la salud. Miro a la derecha y está Luis, no tengo ni idea de cuándo ha llegado, está tumbando y en sus brazos hay restos de brillantes diminutos como incrustados en su piel, también diminutas lupas sin mango, las gotas. Desvío mis ojos hacia el mar otra vez, y encuentro a cinco personas, entre ellas, sólo una mujer, haciendo surf. Pienso en aquello que escuché una vez: “El surf no me gusta porque es un deporte individual”. Es cierto, estás tú, la tabla y las olas, rodeado de un mundo marítimo tan amplio, pero de la misma manera que te encuentras en el mundo terrestre. Solos nos enfrentamos a los vaivenes de la vida, de las olas. Eres tú quien lucha, a veces no gusta encontrarse sólo, pero... ¿quién no experimentó la soledad alguna vez? Por suerte, siempre se encuentra en la playa a una persona merodeando dispuesta a ayudar si te ve en apuros, y no tiene por qué ser un socorrista, no sólo nos movemos por obligación, todo depende de si dejas que te ayuden a curarte la herida por muy pequeña que sea.
Después de todo, me levanto con una sonrisa, sí, lo he pasado bien, me he llenado de paz. Deposito la toalla en el hombro, doy la espalda al mar y le digo hasta luego sin pronunciar una palabra. Toca regresar a la ciudad y trabajar, para luego, poder volver y disfrutar de estos maravillosos, aunque cortos, ratos junto al mar. ¿Qué descubriré en la próxima ocasión? Sigo expectante.
Bonita canción: la-cancion-de-tu-vida
Sentado en las rocas,
observando el vaivén de las olas.
Son como tu estar, siempre alto.
El recuerdo de las noches,
siempre frescas, siempre tiernas.
Me llevan a una luz esplendorosa.
Fue la canción de nuestra vida.
Como un rayo que atraviesa las heridas.
La música es tan frágil,
que los recuerdos se quedan impregnados
para siempre.
27/11/11
Dos almas perdidas nadando en una pecera
El mundo es tan pequeño, y a la vez, es tan fácil perderse en él. En lo cotidiano podemos encontrar grandezas incalculables que hasta a veces, no habíamos, Elena y yo, Marcos, siquiera llegado a imaginar. Uno se sorprende al alzar la mirada. Pero el ciego, aunque no ve, también puede mirar y aunque sin ver, me ha contado que ha descubierto muchísimas más cosas que aquel que mira, pero no ve.
14/11/11
Crimen y castigo
Siempre he escuchado que las buenas obras son las universales.
-FIÓDOR DOSTOIEVSKI-
Era como si algo nuevo se produjera dentro de él, y al mismo tiempo, se manifestara cierta ansia de conpañía humana. Estaba tan cansado de todo un mes de angustia reconcentrada y de sombría exaltación que, aunque sólo fuera un instante, ansiaba respirar en otro ambiente, fuera el que fuera...
A veces se encuentra uno con personas, totalmente desconocidas, que despiertan interés nada más mirarlas, de pronto, súbitamente, antes de pronunciar una sola palabra.
-FIÓDOR DOSTOIEVSKI-
10/11/11
Ella, la guitarra
Estás tranquila, en tu habitación, de pronto suena el teléfono, una amiga te llama entusiasmada por su nuevo descubrimiento y te dice ven. Llegas a su salón y sale de unos potentes altavoces el sonido producido por las manos de John Butlery su guitarra. Te pones cómoda y dices woW!
Terminas impresionado. A ella le dio por saltar según el ritmo variado de cada compás, a mi por pensar en que es como una especie de Paco de Lucía a 'lo moderno', o... que así es como deberían tocar los hombres a una mujer, con delicadeza, decisión y seguridad, adaptándose a cada momento, a cada estación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)